martes, 28 de octubre de 2014

La bicicleta roja - Marcelo Dughetti

La bicicleta del maestro es roja. Parece un caballo de espanto. El rojo me da miedo. El maestro no. El miedo siempre me acompaña. Los otros tres de la banda quieren joderle la bicicleta al maestro. Si fuera por el color yo se la desarmo a patadas. Pero al maestro no. Es gordo, casi pelado, no sé cómo mueve todo el mecanismo del bicicletón. Es uno de esos aparatos tipo mormón.

El maestro parece un mormón; yo a los mormones los odio. Al maestro no. Ayer lo vi en el centro, nosotros buscábamos minitas fáciles entre la plaza y el Café de la Ciudad. Estaba como siempre el maestro, con esos libritos bajo el brazo, “pinta de loco” dice la vieja. Yo no lo saludé, no me gusta saludarlo porque se viene y empieza a preguntar. “¿Comiste?” te pregunta, “¿No tenés frío, zapallito?”, esas boludeces de madre. O de padre supongo. Papá lo conoció al maestro antes de irse al norte de la provincia, a la cosecha de la soja, al campo de los Malla. Los Malla son de buena pasta. Así cuenta el viejo que los sufre como un esclavo. Lo liman sin sentir pena, hasta que no le queda ni una gota de jugo. A veces me dan ganas de putearlo cuando los defiende. Al maestro no. El maestro nunca los defiende, en eso es bueno. Me come la cabeza con lo de los derechos y qué sé yo. El Ramoncito le tiene hambre hace rato. Pero yo lo paro, “al maestro no”, le digo y él me manda a la mierda. No sé cuánto los voy a poder parar. Para colmo, el maestro los tiene cagando.

Hoy encontré al maestro comiendo en el barcito del Luis, pobre, ¡qué hambre! Me invitó una albóndiga con salsa y nos pusimos a ver el partido. No toma vino, acompaña con esas agüitas tónicas, que el mozo sirve cagándose de la risa. Yo lo miro con la panza revuelta de asco, le molería los huesos. Al maestro no. Al mozo. Me zampo la almóndiga en un segundo, está picante. El maestro tose feo y escupe. El partido parece la música del Ameghino cuando te chupas con tetra. El maestro me habla de la infancia en Oliva, el pueblo donde fue chico. Se ha manchado la chaqueta con la salsa y estudia cómo sacar un escarbadientes del palillero de vidrio. “¿Qué pasa cabezón”, me dice, “no te interesa el partido, qué miras?”. Por la ventana, que en realidad es una puerta, respira el barcito, todo se mezcla y dan ganas de vomitar o dormirse sobre la mesa. Yo ficho la bicicleta y le digo al maestro que la cuide, que anda mucho chorro. El maestro se ríe “¿cuánto vale esta si la querés vender robada?”. “Quince”, le digo. “La pague 130”, me contesta y también se pone a mirarla. Ya se está yendo el sol, la vieja me va reventar. “Chau maestro”, lo saludo desde la vereda. “Cuidate zapallito” me dice, esta vez lo haría puré de un trompazo. El que se tiene que cuidar es él.

Antes de cruzar el boulevard lo encuentro al Ramón y a los otros pescados. Me putean amistosamente y se acercan con la birra en la bolsa. “¿Lo viste al maestro?” Preguntan rodeándome. “¿Está en el barcito?”. No les digo nada, que averigüen solos. El Ramoncito me pega unas trompaditas en el brazo y me dice si no seré medio putito. Yo le puteo al padre, sé que lo odia y a la madre se la dejo en paz o me raja ahí nomás. Cruzo el boulevard y hago unas diez cuadras, ya se ven las casitas del San Nicolás. Me gusta oír como cruje la arena de la calle bajo la zapatilla, no es lo mismo. La vieja debe estar preocupada, yo veo una estrella, dos, tres, mil estrellas más que en el centro y pienso bajito para que nadie escuche. Tengo el mate lleno de pensamientos que me gustan y que me duelen. Mañana tenemos al maestro, que lástima el maestro, esa bicicleta no es tan valiosa. Pero la va a defender y al Ramoncito no le gusta renegar.

Todavía no sé qué lo despacharán entre todos y la bicicleta aparecerá en el barrio, pintada a duras penas con aerosol azul. Tampoco que me animaré a preguntar si no es la del maestro y el Ramoncito responderá: “No, la bicicleta del maestro es roja.”
La vieja me sirve guiso de mondongo, lo que queda después de los pendejos. Yo como y miro la mesa rajada; y en la canaleta una hormiga negra que lleva un palito de yerba en el lomo. Si el Ramoncito la viera, la hormiga no estaría, ahora, bordeando el fin del mundo.

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