martes, 28 de octubre de 2014

Desigualdad social - Pawel Kuczynski





Como ganado – Intoxicado

Conozco una familia cerca de mi rancho 
padre, madre, tres hijos y un abuelo muy anciano. 
La madre está esperando el cuarto varón,
el padre está sufriendo desocupación.
Juntos pelean por su dignidad,
porque los impuestos se fueron acumulando
no tienen trabajo, no los pueden pagar
encima en las marchas los cagan a palos
de la villa los quieren desalojar
porque dicen que las tierras son del Estado
y el supermercado que las va a comprar
no les dará trabajo, ni les dará fiado
sólo es gente humilde en busca de un trabajo
y no tienen la culpa de lo que está pasando,
no saben lo difícil que se les hace al despertar
y ver que sus hijos quieren desayunar.

Entonces salgo a la calle y miro...
veo una bella señora y en su brazo una cartera
una parte de mí se la quiere arrebatar
pero la parte más fuerte reflexiona y siempre gana
yo no quiero robar, yo quiero trabajar
soy una muy buena persona como para estar en cana
que ejemplo a mis hijos les voy a dar
pero que ejemplo les daré si hoy no llevo nada a casa...

Cuanta desocupación se ve en las calles
mucha gente digna que quiere trabajar
los hijos ven al padre y juntos murmuran
ellos no quieren ser un ”tonto trabajador”
porque el que trabaja aquí nunca progresa
y se hace rutina la vida de esclavo
ni siquiera un gusto me puedo dar
porque el costo de vida es cada vez más alto.

No podemos negar que algo anda mal
hay mucha miseria, mucha desunión
algunos pelean por lo poco que tienen
y otros lo miran por televisión.
Unamos los reclamos y salgamos todos juntos
por lo tuyo, por lo mío, por lo del que tenga al lado.
Cuando la gente podrá entender
que con desunión nos manejan como ganado.

Cuando terminarán todas esas marchas
que piden justicia y nadie se la da.
Los que nos gobiernan no saben nada de esto
sus hijos desayunan todas las mañanas,
no se embarran cuando van al colegio
porque sus calles están asfaltadas.
No se preocupan por qué van a comer
de eso se va a preocupar la mucama.

La bicicleta roja - Marcelo Dughetti

La bicicleta del maestro es roja. Parece un caballo de espanto. El rojo me da miedo. El maestro no. El miedo siempre me acompaña. Los otros tres de la banda quieren joderle la bicicleta al maestro. Si fuera por el color yo se la desarmo a patadas. Pero al maestro no. Es gordo, casi pelado, no sé cómo mueve todo el mecanismo del bicicletón. Es uno de esos aparatos tipo mormón.

El maestro parece un mormón; yo a los mormones los odio. Al maestro no. Ayer lo vi en el centro, nosotros buscábamos minitas fáciles entre la plaza y el Café de la Ciudad. Estaba como siempre el maestro, con esos libritos bajo el brazo, “pinta de loco” dice la vieja. Yo no lo saludé, no me gusta saludarlo porque se viene y empieza a preguntar. “¿Comiste?” te pregunta, “¿No tenés frío, zapallito?”, esas boludeces de madre. O de padre supongo. Papá lo conoció al maestro antes de irse al norte de la provincia, a la cosecha de la soja, al campo de los Malla. Los Malla son de buena pasta. Así cuenta el viejo que los sufre como un esclavo. Lo liman sin sentir pena, hasta que no le queda ni una gota de jugo. A veces me dan ganas de putearlo cuando los defiende. Al maestro no. El maestro nunca los defiende, en eso es bueno. Me come la cabeza con lo de los derechos y qué sé yo. El Ramoncito le tiene hambre hace rato. Pero yo lo paro, “al maestro no”, le digo y él me manda a la mierda. No sé cuánto los voy a poder parar. Para colmo, el maestro los tiene cagando.

Hoy encontré al maestro comiendo en el barcito del Luis, pobre, ¡qué hambre! Me invitó una albóndiga con salsa y nos pusimos a ver el partido. No toma vino, acompaña con esas agüitas tónicas, que el mozo sirve cagándose de la risa. Yo lo miro con la panza revuelta de asco, le molería los huesos. Al maestro no. Al mozo. Me zampo la almóndiga en un segundo, está picante. El maestro tose feo y escupe. El partido parece la música del Ameghino cuando te chupas con tetra. El maestro me habla de la infancia en Oliva, el pueblo donde fue chico. Se ha manchado la chaqueta con la salsa y estudia cómo sacar un escarbadientes del palillero de vidrio. “¿Qué pasa cabezón”, me dice, “no te interesa el partido, qué miras?”. Por la ventana, que en realidad es una puerta, respira el barcito, todo se mezcla y dan ganas de vomitar o dormirse sobre la mesa. Yo ficho la bicicleta y le digo al maestro que la cuide, que anda mucho chorro. El maestro se ríe “¿cuánto vale esta si la querés vender robada?”. “Quince”, le digo. “La pague 130”, me contesta y también se pone a mirarla. Ya se está yendo el sol, la vieja me va reventar. “Chau maestro”, lo saludo desde la vereda. “Cuidate zapallito” me dice, esta vez lo haría puré de un trompazo. El que se tiene que cuidar es él.

Antes de cruzar el boulevard lo encuentro al Ramón y a los otros pescados. Me putean amistosamente y se acercan con la birra en la bolsa. “¿Lo viste al maestro?” Preguntan rodeándome. “¿Está en el barcito?”. No les digo nada, que averigüen solos. El Ramoncito me pega unas trompaditas en el brazo y me dice si no seré medio putito. Yo le puteo al padre, sé que lo odia y a la madre se la dejo en paz o me raja ahí nomás. Cruzo el boulevard y hago unas diez cuadras, ya se ven las casitas del San Nicolás. Me gusta oír como cruje la arena de la calle bajo la zapatilla, no es lo mismo. La vieja debe estar preocupada, yo veo una estrella, dos, tres, mil estrellas más que en el centro y pienso bajito para que nadie escuche. Tengo el mate lleno de pensamientos que me gustan y que me duelen. Mañana tenemos al maestro, que lástima el maestro, esa bicicleta no es tan valiosa. Pero la va a defender y al Ramoncito no le gusta renegar.

Todavía no sé qué lo despacharán entre todos y la bicicleta aparecerá en el barrio, pintada a duras penas con aerosol azul. Tampoco que me animaré a preguntar si no es la del maestro y el Ramoncito responderá: “No, la bicicleta del maestro es roja.”
La vieja me sirve guiso de mondongo, lo que queda después de los pendejos. Yo como y miro la mesa rajada; y en la canaleta una hormiga negra que lleva un palito de yerba en el lomo. Si el Ramoncito la viera, la hormiga no estaría, ahora, bordeando el fin del mundo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Muchacho de la villa - Los Pibes Chorros

Cumbia lata...para bailar con la gata 

Muchacho de la villa de escracho y licor 
fumandote la vida con odio y rencor 
caminando por la calle la cana te paró
te pidió los documentos y al móvil te llevó

La yuta te corre no sabes que hacer 
tirale unos corchasos y salí a correr 
pegado quedaste a la sombra te mandaron 
saliste a dos por uno y en la calle andas vagando 

Buscando trabajo saliste a recorres 
te tiran dos mangos pero hay que comer 
la vida en la cárcel te hizo entender 
por eso es que ahora no quieres caer.

La palabra equivocada – Esteban Valentino

Nueve había vuelto a la escuela porque era una buena excusa para salir de la casa. Afuera siempre había otras posibilidades y Nueve ya había aprendido que a las posibilidades hay que aprovecharlas. Pero estar en clase no les impedía demostrarles a todos que seguía siendo un hombre libre, un espíritu sin cadenas. Por eso, a cada profesor o profesora que entraba lo esperaba acostado en el suelo entre dos filas de bancos con las manos cruzadas detrás de la nuca. Calculaba que es esos primeros días nadie se iba a animar a llevar demasiado lejos el castigo. Pero con dos se equivocó. La de Química lo dejó helado con lo que ella era. Nueve no sabía que las profesoras de Química podían ordenarle que se levantara del piso de una forma tan maravillosa. Y tampoco sabía que él podía obedecer sin decir ni a y sin sentirse avergonzado. En ese momento se prometió estudiar Química. Con el otro que tuvo que cambiar de estrategia fue con el de Lengua. El tipo lo miró desde el primer banco, lo llamó con cuidado y se lo llevó afuera. Nunca quiso decir lo que hablaron. Apenas confesó más tarde que el coso no había sido delicado y que en ese momento se prometió estudiar Lengua.
Los meses que siguieron no dejaron demasiadas sorpresas. El tiempo de tregua se agotó y Nueve empezó a acumular amonestaciones, citaciones a padres que nunca aparecían. Pero las oportunidades de afuera según allí, al alcance de Nueve, que tenía siempre la mano dispuesta. Pasara lo que pasase, el afuera siempre estaría allí, esperándolo como un perro a su dueño. Las nociones de la escuela se acumulaban o no y eso no era demasiado importante para su idea de porvenir. Salvo Química porque estaba ella y Lengua por un asunto de lealtad que Nueve no entendía del todo pero que respetaba, los conocimientos le eran más bien ajenos.
Hasta que pasaron dos cosas: pasó una redacción y pasó un parte de amonestaciones tirado en el piso. La redacción tenía que ver con una carta. El de Lengua pidió que se la enviaran al que quieran contándole un asunto de familia. Nueve respetó la consigna. Y escribió:
Profe de Lengua: en mi casa somos doce hermanos y mi mamá. Usted perdone que escribo mal pero no aprendí nada de Lengua. Mis hermanos más grandes que yo no se fueron así que somos doce en mi casa. Bueno esta carta era para decirle que vio que ya no me tiro en el piso cuando entra. Saludos.
El de Lengua lo llamó para decirle que sí, que había visto, y que la carta estaba bien, un poco corta pero bien. Ese asunto de la redacción terminó bárbaro.
El del parte tirado, no. Ése terminó para el diablo. Pasó así. Nueve hacía todo lo posible para ver a la de Química de atrás. Ella le encantaba por todos lados pero por atrás le parecía increíble. Soñaba con ella todas las noches. Y cuando encontró el parte vacío tirado en el piso del patio se puso a sí mismo el sueño de sus vueltas en la cama. Escribió en el parte: “La dirección de la escuela aplica veinte amonestaciones al (alumno) Nueve por (motivo) tocarle el culo a la de Química”.
Lo mostró con orgullo en los misterios compartidos del patio y fue por un día el dueño del Gran Secreto.  Por supuesto, los temibles territorios de la Dirección nunca se enteraron de la hazaña de Nueve porque el silencio inunda las escuelas en momentos como ese. Pero el error partió del propio Nueve.  Demasiado instalado en la cumbre de su gloria como para tomar precauciones, metió el parte en la carpeta de Matemáticas. El olvido completó su destino. Cuando un mes después la de Matemáticas pidió carpetas para revisarlas, allá fue el sueño de Nueve, escondido entre tapas cubiertas con fotos de Mike Jagger y de Boca y algunas hojas con ejercicios copiados pero jamás resueltos. Dos leves miradas le bastaron a la profesora para convencerse de que esa carpeta no era el mejor camino para levantar la nota de su dueño. Iba a cerrarla con un suspiro cuando un tenue papel voló hacia el suelo y se estacionó con la parte escrita hacia arriba. Era un parte de amonestaciones pero era más que eso, era el botón que ponía en marcha una maquina llena de decisiones. La de Matemáticas decidió trasferir el parte, la secretaria decidió comunicar la novedad y el director decidió llamar a los docentes para que nadie quedara afuera.
En la reunión, la intuición de Nueve sobre amigos y enemigos se confirmó. La de Química dijo que una falta de respeto que se queda en la pura fantasía no es una falta de respeto y que además ella, que era la directa damnificada, no se sentía particularmente herida. Por ella (o sea, ella dijo “por mi”) que la cosa quedara allí o que se le aplicaran tres amonestaciones y que no se hable más del asunto.
Pero se siguió hablando del asunto. El de Lengua dijo que en el fondo la culpa la tenía su colega de Química por ser tan linda pero el director contestó que ése no era momento para bromas y entonces el de Lengua volvió a decir: tampoco es tan serio el momento. Un chico se enamora de una profesora y sueña con tocarla y lo escribe. Eso forma parte de su intimidad.
- Pero ya no es parte de su intimidad porque yo lo leí (la de Matemáticas).
- Porque él se olvidó el parte en la carpeta de tu materia (el de Lengua).
- Yo creo que ésta es la gota que rebalsa el vaso. Además esa palabra. Si hubiera elegido otra… (el de Física).
- Eso. Una cosa es la libertad y otra el libertinaje (la secretaria).
- No digan idioteces (la de Química).
- Estamos hablando de mandar a la calle para siempre a un pibe que está a un paso de ser chorro y hacer que eso no pase… (el de Lengua).
- Tampoco podemos nosotros… (el director).
- Yo no estoy de acuerdo en… (la de Química).
- Blablablablablablablablablablablablabla (el de Física).
- Blablablablablablablablablablablablabla (la de Matemáticas).
- Pero… (el de Lengua).
- Pero… (la de Química).
Indebido, incorrecto, correcion, sanción, peligro, el vaso, la libertad, explusion, no estamos para, dónde vamos a ir a parar, esa palabra, esa palabra, no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no no.
Votemos.
Votaron. Dos querían que Nueve se quedara. Irónicamente, nueve pidieron que Nueve se vaya a escribir sus sueños ocultos a otro lado. Todo resuelto. En fin, el tema ese del parte vacío tenía que salir para el diablo y salió para el diablo. A Nueve se le comunicó el castigo, el pibe dejó la escuela lamentando tener que dejar de ver a la de Química cuando se iba y eso fue todo.
¿Eso fue todo?
No.

“¿Sabe, profe? Lo que me dio más bronca es que yo no jodí a nadie. Yo no le toqué el culo a la de Química. Solamente lo escribí. ¿A quién jodí con eso, a quién le hice mal? Lo que pasa es que el enano (el director era un hombre digamos de baja estatura) me tenía hambre desde el principio y cuando pudo me la dio. Ahora ya está. Además nunca me gustó estudiar. Me quedó algo de Química y algo de su materia pero la verdad no mucho. Mejor así. Ahora puedo laburar en la calle y ando siempre con guita. Y… en lo que venga. A veces descargo camiones allá en el mercado. A veces ayudo a arreglar algún jardín. No, por ahora nada fijo. ¿Afano? A usted no le voy a hacer el verso, profe. Si pinta algo fácil y ando seco  me puedo prender pero no es algo de todos los días. No, extrañar no extraño. Bah, el culo de la de Química un poco y a las minitas no porque mucha bola no me daban. Es que las minitas de la escuela son re-chetas. Saben hacer una cuentas de mierda y ya se la creen así que su ellas no me daban bola ¿para que las voy a extrañar? Al que vi el otro día fue al enano. Sí, aquí mismo, en la estación, igual que con usted. Pero a él no me acerqué a saludarlo. Tenía una valija chiquita negra y la verdad me dieron ganas de choreársela pero después pensé que es una de esas todavía se acordaba de mí después de tanto tiempo y por ahí me mandaba a la yuta así que lo dejé. ¿Si seguí estudiando? No, profe, eso de los libros no es para mí. Bueno, lo dejo, ahí viene mi bondi. Chau, saludos.”
El de Lengua vio irse a Nueve en su colectivo y se quedó pensando en aquel parte vacío y en aquella redacción que tenían ya más de dos años de olvido. Reflexionó: el problema de Nueve tenía que ver con la sinceridad. El tren llegaba a la estación y él se acordó de aquellos dos textos. “Es que era cierto. Ya no se tiraba al piso y eso era lo importante.” Cuando el tren abrió sus puertas recordó las 20 amonestaciones inventadas y suspiró. “Allí también se equivocó. Justo a él se le ocurrió escribir lo que pensábamos todos los tipos que veíamos pasar a la de Química.” Subió al tren a tiempo para que la tarde se comiera su sonrisa. 

El pibito ladrón - Los Pibes Chorros

Con tan solo 15 años y 5 de alto ladrón
con una caja de vino de su casilla salió. 
Fumando y tomando vino intenta darse valor 
para ganarse unos mangos con su cartel de ladrón. 
Pero una noche muy fría el tubo un triste final, 
porque acabó con su vida una bala policial. 
Y hoy en aquella esquina donde su cuerpo cayó 
hay una cruz de madera que recuerda al pibito ladrón.

https://www.youtube.com/watch?v=PSI1VTMV9hQ

Perros de nadie - Esteban Valentino

El sol salía sobre la Villa. El lugar no tenía nombre y en general no les parecía mal a los que lo habitaban. Estaba bien el número. Le quitaba categoría de espacio habitable. La Villa era una cifra y a través de ella se distribuían como sombras los seres que la ocupaban. La Villa amanecía también, como el sol, muy temprano. Y amanecía con ruidos, con puertas de madera que se abrían, con motores de camionetas viejas que tosían entre las calles de tierra, con repartos para los almacenes del barrio.
Muchos perros en la Villa. Perros de nadie, de esos que caminan sin otro rumbo que su olfato hacia los cerros de basura que se amontonan en algunas esquinas. Los perros acompañan a la gente, corren a las bicicletas ladrando y hurgan con paciencia y poca suerte. Buscan comida pero nunca sobra mucho. Encontrar algo tampoco garantiza alimento para el día. Antes de poder masticar en paz, el perro afortunado debe defender a punta de colmillo su bocado ante sus compañeros de búsqueda. Sólo después de haber desgarrado un par de pieles ajenas podrá caminar hacia alguna sombra amable y morder a gusto, siempre sin quitar la vista del resto de la jauría. Dicen por allí que el sol sale para todos y tal vez no está mal eso que dicen por allí, pero nadie ignora que si es cierto que menos los muertos todos amanecemos, esos perros de polvo amanecen menos. Perros flacos los de la Villa, desconfiados, ignorantes en caricias, perros feos. Perros.
La Villa sin nombre, la del número, tiene muchas casas de lata y también tiene muchas casas de ladrillo, tiene calles angostas con gente y bicicletas y calles más anchas con gente y algunos autos. Las puertas dan a las calles angostas. Por esas puertas salen la gente y las bicicletas, algunos perros, perros de alguien, baldazos de agua con jabón. Por una de esas puertas sale Bardo todos los días. Hace tiempo tenía nombre y apellido pero a la Villa le gusta alejarse de esos temas de documentos y papeles oficiales. Ahora Bardo es Bardo para todos, hasta para los que lo bautizaron con aquellos nombres de papel. Un pibe. Séptimo grado. Trece años. Bardo.
Por una de esas pueras salió Bardo esa mañana en que el sol se asomaba sobre la villa del número. Bardo caminó hasta la salida del barrio, hasta la avenida, y tomó el colectivo que lo dejaba a dos cuadras de su escuela.
—Un escolar —pidió, y diez centavos más tarde tenía su viaje en la mano.
Bajó donde siempre y caminó. Pero a la escuela la edificaron dos cuadras para allá y Bardo dirigió su cuerpo lleno de guardapolvo dos cuadras para acá. Es decir, Bardo salió de su casa como quien va para clase y ahora parece que cambió de idea. Aunque tal vez él ya tenía decidido caminar para acá y entonces lo que en realidad hizo fue mantener la idea que tenía al salir. ¿Es importante el detalle? Sí, porque sirve para describir a Bardo. Una cosa es que sea un pibe que hoy dice esto y mañana hace aquello y además tampoco es lo mismo que mienta en su casa a que resuelva cambiar de dirección una vez en la calle. Los que lo conocen a Bardo dijeron después, cuando ya había pasado todo, que va al frente y que seguro ya tenía pensado ir para acá cuando salió por aquella puerta de la que hablamos dos párrafos más arriba. Ahora, ¿dónde es acá? O mejor dicho, ¿qué es acá?
Acá es un lugar de reunión, una plaza bastante descuidada, con hamacas rotas y toboganes de tablones podridos, que los chicos más chicos del lugar olvidaron hace rato y que los grandes dejaron reservado como cancha alternativa para picados de fin de semana. Pero ese día es martes, así que no hay ni chicos más chicos ni grandes. Hay algunos pibes de más o menos la edad de Bardo y hay Bardo, que ya llegó.
—¿Alguien trajo fasos? —preguntó.
—Yo, tomá —dijo otro.
Los compañeros de Bardo también tienen nombres que no figuran en el papel pero preferimos que se mantengan anónimos porque no tienen mayor importancia para la historia y porque además estos chicos prefieren que sus nombres no aparezcan publicados. Han aprendido que la ignorancia de los demás es buena para ellos. De modo que siempre que alguno deba actuar habrá que recurrir a palabras como "Otro" (que ya usamos), "Uno más", "El más alto", "El pelado". La reunión ya empezó y aunque todos son alumnos de distintas escuelas de la zona y han resuelto juntarse en horas —deberíamos decir— lectivas, la charla no tiene nada que ver con el mundo académico. El lenguaje usado es complicado para los que no somos miembros del grupo pero parece evidente que están planeando algo alejado de las convenciones legales, tal vez un robo.
—Entonces la cosa es así —decía uno—. La casa va a estar vacía hoy a la noche. Los tipos tienen una fiesta y se van a rajar temprano. A las nueve podemos entrar sin problemas. Afanamos rápido lo que encontramos y nos piramos.
—¿Dónde nos juntamos? —le preguntó otro.
—En la esquina de la pizzería. De allí nos vamos de a dos hasta la casa y nos mandamos. Si hay quilombo nos vemos aquí.
El que habla podría pasar por el líder pero en realiad es apenas el vocero. Quien planeó todo y que ahora no abre la boca porque ya dijo lo que tenía que decir cuando averiguó que esa casa iba a quedar sola por unas horas y armó el proyecto es Bardo. En el momento en que su lugarteniente informa a los demás sobre lo que se va a hacer esa noche, mira a su pequeño ejército y se queda conforme. Ninguno arruga. Tipos de confiar. Pibes hechos. Pibes.
El plan ya fue explicado por ese que nombramos como "Uno". Pero no estarán de más algunas aclaraciones. La idea del grupo es ubicar aparatos electrónicos más o menos llevables como alguna videograbadora, algún discman, pero sobre todo dinero. Tendrán una buena cantidad de tiempo hasta la llegada de los dueños y entonces podrán buscar sin problemas. Conocen los escondites más habituales. Los dueños son parecidos en todos lados. La variante que fue definida como "si hay quilombo" es poco clara pero ya demostró ser efectiva en otras noches similares a la que se acerca. Básicamente consiste en correr por donde se pueda, incluyendo los techos de las casa vecinas, hasta perder de vista a los posibles perseguidores y reencontarse en la plaza en la que todavía están ellos estudiando los últimos detalles y nosotros porque no tenemos más remedio que seguir sus pasos si queremos tener alguna posibilidad de conocer cómo termina esta historia.
El tiempo pasó como todos los días. El regreso a casa desde un presumible colegio, el almuerzo con el silencio de Bardo que a nadie llamó la atención porque él es un chico más bien callado, los planes de la madre para ir a visitar a su hijo mayor a la cárcel, la tarde caminando por las calles angostas y por las calles anchas de la Villa, un partidito en la cancha de tierra de las vías. Nada distinto de lo habitual. Días parecidos en la Villa, días de siempre afuera.
El encuentro en la pizzería fue apenas el necesario para saberse juntos y saberse todos. Por ahora no había ni para una porción. Después se vería. Después, si todo salía bien. Hicieron el recuento de lo que se necesita para entrar a una casa que no fuera la propia y no faltaba nada. Ya habían analizado la cerradura principal y no ofrecía ninguna dificultad. En ese aspecto el Pelado era un mago, resultado de su aprendizaje con un cerrajero de autos amigo suyo. El más alto, que era también el más grande y el que metía más miedo, era el único armado. Un 22 corto. "Por si acaso", dijo Bardo. Caminaron hasta la casa en grupos de a dos. Lógicamente, los primeros en llegar fueron el Pelado y otro, que no es el mismo "otro" que apareció ya en este relato. Se trata, pues de otro "otro". Luego, cuando el Pelado realizó su trabajo con la eficacia que acostumbraba, es decir, cuando la puerta ya no representaba ningún obstáculo, aparecieron los demás, Bardo al final.
En este punto hay que hacer algunas pequeñas explicaciones. Todos conocemos la fuerza del idioma, lo útil que es en todos los casos y lo importante que puede llegar a ser en muchos. Incluso para mentir es necesario usar palabras. De modo que no es de extrañar que fuera precisamente una oración, una pregunta más exactamente, lo que cambiaría radicalmente el final programado por los ahora intrusos para esa noche. Cuando estuvieron todos adentro y se disponían a iniciar el registro de la casa, de una de las habitaciones interiores llegó una voz produciendo la pregunta que acabamos de comentar.
—¿Llegaron, pa?
La parálisis que provocó en el grupo esa sucesión de sonidos se puede comparar únicamente con la actividad que siguió casi de inmediato cuando un chico de diez años se apareció por el pasillo. El más alto se asustó. Tal vez demasiado preparado para usar el arma que llevaba. Tal vez tener un 22 corto le pese mucho a un chico de trece años, tal vez un chico de trece años que tiene un 22 corto piensa que así las cosas entre él y el mundo están más parejas. Tal vez no quiso, tal vez sí. Habría que hablar con él pero como aquí nos concentramos en Bardo y no en el más alto no lo sabremos nunca. Pero sí sabemos porque casi lo oímos aunque en los libros los disparos no hagan ruido, que hubo un disparo, un tiro en la noche, un tiro en la vida de un pibe alto de trece años, un tiro en la vida de otro pibe no tan alto de unos diez años. Un tiro seco. Una basura de tiro. Un tiro. El de trece dejó caer el 22 cuando vio que el de diez caía y cuatro de los otros cinco se escaparon y uno de trece miraba a otro de trece parado, al de diez tirado y el 22 en el piso.
El de trece que miraba así era Bardo. Los demás miembros de su grupo habían concluido que lo que había pasado entraba perfectamente en la clasificación de "quilombo" y por lo tanto corrían ya hacia la plaza que quedaba dos cuadras para acá. Al fin, Bardo pudo reaccionar. Levantó el 22 y se lo puso en la cintura. Lo empujó al más alto hacia la puerta y lo mandó a la calle pensando que siempre que hay un tiro hay un policía cerca, cerró la puerta desde adentro y volvió para ver al chico de diez tirado que lo miraba con los ojos abiertos, llenos de un miedo que Bardo no había visto nunca pero que servían para demostrarle que el pibe de diez estaba vivo y que la bala había apenas rozado la pierna.
—No te voy a matar, no te asustes —le dijo Bardo al pibe de diez—. Podés pararte. Tenés apenas un raspón. Vení que te acompaño a la cama.
El chico de diez se dejó guiar por el chico de trece que tenía el 22 en la cintura y se dejó acostar.
—¿Ahora nos vas a robar? —preguntó el chico de diez.
—No, este afano ya fue. ¿Qué hacés vos acá? ¿No tendrías que estar con tus viejos?
—Sí, pero me sentí un poco mal y preferí quedarme. Ya tengo diez años. Puedo quedarme solo.
—Estuviste cerca de sentirte bastante peor. Bueno, me voy —fue lo último que oyó de Bardo el chico de diez.
Hasta aquí llegan los datos de los que tenemos certeza. Lo que nos falta sólo podemos suponerlo, pero teniendo en cuenta que hasta este punto hemos seguido la historia con razonable credibilidad es pensable que ahora que nos acercamos al desenlace no cometeremos errores groseros. Sabemos que un vecino vio entrar a los chicos porque de casualidad estaba mirando para afuera y, si tenía alguna duda, cuando oyó el tiro llamó a la policía. Cuando Bardo vio los coches, los uniformes que corrían detrás de los autos, los ruidos en los techos, supo que allí se terminaba la noche y que tal vez su madre tendría una visita más que hacer y que malditas las dos cuadras para acá, maldita la pizzería, maldito el 22 y maldito el pibe de diez que eligió justo esa noche para sentirse un poco mal. "¿En qué me equivoqué?", parece que pensó cuando giró el picaporte con cuidado y se llevaba las manos a la nuca.